Ayer llovía y yo paseaba tranquilamente, iba sin paraguas (algo normal en mí). Las gotas calaban poco a poco mi pelo y mi ropa. Al poco, estaba hecho una sopa, lo que me hizo sonreír. Si K me viera… Seguro que me echaba la bronca, pensé. Pero no está.
Llegué al paseo de Cánovas, estaba lleno de charcos y el suelo resbalaba. El aroma de la tierra de los jardines me sedujo.
Disfruté de esta agradable imagen durante unos minutos, y luego comencé a correr de un lado a otro como un niño pequeño. Saltaba en los charcos, calándome más aún de lo que estaba.
Después de un par de horas riendo, jugando y disfrutando en el paseo bajo la lluvia, comprendí a mis dieciocho años cuánto saben los niños.
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