Me golpeé la cabeza al levantarme. Comprendí que me había desmayado. Avancé a ciegas, para evitar golpearme con los muebles que se adivinaban con dificultad a través del espeso humo.
Conseguí llegar a la ventana. La abrí y… aquella inmensa masa oscura y asfixiante comenzó a salir.
Aunque aún estaba mareado, decidí que nunca más volvería a usar el horno.
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