Estaba sumido en la soledad de mi cuarto, rodeado de su dulce silencio, cuando de la nada surgió una agradable canción de Dire Straits que me gustó. Sonreí, moví las piernas a su ritmo pegadizo y disfruté de ella.
Pasaron unas semanas y una música diferente que nunca había escuchado rompió de nuevo el silencio. Ese silencio tan característico de mi habitación. “Papá… Esto no me mola”, pensé. Cuando terminó supe que nunca me gustaría el flamenco ni ninguna de sus variantes.
Perdí la noción del tiempo hasta que Mozart y sus violines me invitaron a dormir y viajar al mundo de los sueños junto a mamá, mientras papá contemplaba las fantásticas imágenes de la emblemática película de su preciada colección, The Wall.
Así pasaron horas y puede que hasta días, no puedo recordarlo bien… Si sé que la revolución llegó a mi cuarto con el Mago de Oz y su Fiesta pagana. Me puse en pie, alcé el puño y fui.
Después cerré los ojos y caí en un pro…fun…do… y… a…pa…ci…ble… sue…ño… Creo que pasaron meses porque hasta yo noté que había crecido mucho. Entonces mamá ya sabía qué música me gustaba por mi pataleo. Siempre fue Estopa quien conseguía mi relax.
Durante esa etapa de mi vida, visitamos varias veces un lugar blanco, frío y ruidoso donde mamá se ponía muy nerviosa y yo me asustaba al escuchar su acelerado corazón y temía moverme. La última vez, aunque ninguno queríamos estar en aquel lugar, tuvimos que hacerlo ya que no teníamos elección.
Compartimos la habitación, yo no pasé frío pero ella sí. Sentí lástima e intenté abrazarla para transmitirle un poco de calor. Recuerdo la voz de papá cuando estábamos allí, esa tranquila y alegre voz. Se le notaba muy feliz aunque no yo entendí por qué hasta un tiempo después. De repente, mamá sintió unos dolores muy fuertes. Minutos más tarde una luz brillante y cegadora iluminó mi cara, las voces de la gente que había allí me pusieron nervioso. No había música. No estaban los Dire Straits, ni Mozart, ni el Mago de Oz, ni Estopa. Ni siquiera Los Chunguitos. Yo no quería salir de mi habitación, fuera de ella me sentía inseguro y desprotegido.
El doctor me cogió y me arrancó el llanto con un azote. Me puso en el regazo de papá que me abrazó con mucho cariño. A mamá tardé un poco más en conocerla ya que continuaba dormida pero cuando me abrazó derramó varias lágrimas mientras sonreía a papá.
Fue la primera vez que realmente estuvimos juntos los tres, mamá, papá, el bebé… yo.
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